La próxima vez que te despiertes sintiéndote un poco mal, piensa en el ejército de soldados que luchan contra millones de enemigos en tu nombre dentro de la fortaleza que es tu cuerpo.
Mientras los intrusos atacan a cientos de miles de sus células, tu sistema inmunitario está organizando defensas complejas, comunicándose a grandes distancias y provocando la muerte rápida de millones, o incluso miles de millones, de estos invasores.
Aunque estés levemente molesto por estar enfermo, lo que estás sintiendo —mocos, fiebre, dolor de garganta, la sensación general de estar un poco «apagado»— es en realidad el efecto de esta batalla.
El sistema inmunológico es tan complicado que si lo comparas con escalar el Everest, esto te parecerá un agradable paseo por la naturaleza.
Es el sistema biológico más complejo del cuerpo humano, aparte del cerebro.
Y ahora se habla de él más que nunca.
La pandemia ha introducido un nuevo vocabulario en nuestras vidas.
Hablamos de la inmunidad natural en personas que se han recuperado de la covid y de la inmunidad de las vacunas.
Inyecciones, refuerzos, efectos secundarios… estos son repentinamente temas de conversación tan comunes como el clima.
Pero hablar más sobre la inmunidad no significa necesariamente que la entendamos mejor.
Pongamos un ejemplo.
Quizás el concepto erróneo más extendido es la preocupación que tiene la sociedad por lograr un sistema inmunológico fuerte y «superreforzado».
Internet está lleno de productos que prometen hacer exactamente eso.
Desde café reposado hasta proteína en polvo, desde raíces místicas extraídas en la selva amazónica hasta píldoras de vitaminas, la lista es interminable.
Pero lo que mucha gente no entiende es que el sistema inmunológico puede ser peligroso.
No es algo que queramos que se desate sin límites.